martes, 22 de diciembre de 2009

Fascistas incompletos

¿Qué gobierno es este que no puede ni proteger a la familia de uno de sus héroes? ¿A qué está jugando Calderón? ¿Qué trata de demostrar? La guerra contra el narcotráfico es un rotundo fracaso, es un espiral de violencia que parece no terminar.
No hay estrategia ni metas. No hay una cabeza visible. PFP, Ejército, Marina... Todos actuando por la libre, sin compartir información, sin ponerse de acuerdo. Hay dudas, confusión. ¡Vamos!, que incluso para ser fascistas se necesita un poco de inteligencia.

jueves, 17 de diciembre de 2009

París, hoy




Tres imágenes de París, tomadas hoy. Sobran más palabras.

Me gusta...

Me gusta lo que hago. Llegar, temprano, y caminar, primero, por un caos oscuro de retazos de papel, de resaca de tinta.
Llegar a mi lugar y escuchar los primeros latidos del día, intenso, a veces, suaves, otras.
Platicar con mis compañeros de armas, con mis colegas periodistas; planear lo que se comentará al día siguiente.
Enmendar los errores de la jornada anterior; validar los aciertos, fijar metas.
Me gusta irme al mediodía a mi casa. Ver a mi esposa, preguntarle cómo le fue en la mañana, a ella y a mis dos hijas. Comer rápido y abrazar a la más pequeña, sentarla en mis piernas y extender mis brazos, pra que los acaricie. Darle de comer a Nemo.
Me gusta preparar café. Un capuchino descafeinado y deslactosado para Isabel, un expreso doble para mí.
Dar besos de despedida, y llevar en mí parte de mi casa.
Me gusta regresar. El caos ya no lo es tanto. Ahora se registra un intenso movimiento. Ver cómo se trasnportan las bobinas de papel y cómo se limpian las rotativas. Me gusta saludar a los que trabajan en publicidad, circulación y producción.
Me gusta conocer cómo han evolucionado las informaciones. Se convierten en sere propios, con fuerza propia. La imaginación y la investigación germinan y se reflejan en textos e imágenes. Hay días que esos textos e imágenes conmueven. Otros, emocionan. Pero siempre hacen pensar.
Me gusta el debate que se realiza para tratar de pronosticar qué le gustará a la gente, qué le llamará más la atenión. Ponerme en los zapatos de otros, dejar de ser yo.
Me gusta buscar la foto más atractiva del día. Elegir entre mil. Observar el naciemiento de una primera plana, estar contrarreloj, saber que, en algún lugar, alguien está esperando el envío de las placas.
Me gusta, y mucho, escuchar el arranque de las prensas; el olor de la tinta, el runrun del papel. Me fascina.
Me gusta defender mi oficio, pensar en él, ver las maneras de que subsista y expanda. Me gusta ser periodista.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Efrén apócrifo



Sí, me robé a los protagonistas de las caricaturas de Efrén. Lo reconozco. Soy un plagiario. Pero prefiero ser ladrón a quitarle a otro su derecho a opinar.

jueves, 10 de diciembre de 2009

"A vida o muerte"

Cobardía, autodestrucción y control estatal. Esa es la definición de una dictadura hecha por una mujer que escribe "a vida o muerte". Hoy, la nueva Nobel de Literatura, Herta Müller, recordó sus años en la Rumania de Ceaucescu, y su largo viaje en las letras. Esta entrada sólo es para que quede constancia. ¿Somos unos cobardes, que nos autodestruimos ante el control del gobierno?

Primer capítulo

Si alguna vez mueres, como yo, al amanecer, en un mar de girasoles, no cierres los ojos, disfruta de la sinfonía de amarillos. Respira hondo, que tus pulmones se llenen con el olor del rocío de la mañana... Y después, sólo después, deja escapar tu último suspiro. Pensaba que no había lugar para la poesía en la guerra, pero estaba equivocado. Pisé por primera vez Angola hace ya mucho tiempo. Hace ya una eternidad. Como miles de jóvenes portugueses, me vi obligado a dejarlo todo, todo, y en ese todo están ellas. A cambio, a cambio, sólo la nada, y en esa nada está la muerte. La muerte y la tristeza de la ausencia recurrente. He vivido –sobrevivido- esta obscura, amarga experiencia con una extraña sensación. Hay días en los que mataría por volver a casa, por estar junto a ellas. Hay días en los que mataría… Y cuando matar se convierte en tu vida. Y cuando matas para vivir, y cuando vives para matar. Yo, un médico. Yo, que he dado vida por medio del amor, tengo las manos manchadas de sangre. Desde que llegué, como ya dije, hace una eternidad, he caminado, solo o acompañado, una inmensidad. De noche o de día, bajo el sol o la lluvia, en selva o en playas… La guerra es caminar, y caminar, y caminar. La monotonía se rompe cuando se dispara, o te disparan, o, lo que es lo mismo, cuando matas, o cuando te matan. El día en que la poesía llegó de improviso había comenzado horas antes. Mis compañeros y yo llevábamos ya horas caminando, uno detrás de otro, hacia un destino al que nunca llegamos. Por lo general, las noches, ahí, ahí en el fin del mundo, eran claras y ruidosas. Aquélla no. Yo no podía ver nada, sólo la espalda de mi compañero y, de vez en cuando, un cigarrillo prendido, ya en la retaguardia, ya en la vanguardia. Tampoco escuchaba los ruidos habituales, de los que ya me habíamos acostumbrado. El silencio reinaba, roto de vez en cuando por una carcajada, por una detonación lejana o por unos versos recitados a la par de la marcha. "Una selva de silencios, sin el oasis de tu voz", pensé, entonces. De cierta manera, era feliz. Caminando, sin saberlo, como un condenado a muerte con rumbo al cadalso. Y, con esta reflexión todavía flotando sobre la columna de hombres, sucedió. De repente, sin anuncio alguno, sin preámbulo millones de girasoles abrieron suavemente sus pétalos, saludando al sol. Incandescentes, luminosos, estridentes, radiantes, brillantes... No encuentro los adjetivos para describirlos. Llamativos, apresurados, bienvenidos... Fue un espectáculo, breve, de minutos eternos, de vidas efímeras. Mis compañeros y yo nos detuvimos. Y con los primeros rayos del día, nos pudimos ver, pequeños, insignificantes, en aquel inmenso campo de flores. Conocimos lo que sienten los náufragos, al sentirse derrotados por el mar, ese día con olas de girasoles. Habíamos caminado por lo menos una hora en este peculiar sembradío sin darnos cuenta que estábamos rodeados por cientos, miles de flores, que ahora bailaban suavemente, acariciadas por los destellos del naciente sol. El amarillo pintó nuestras pupilas, con el pincel de sus pétalos. Y, de nuevo, sucedió. De repente, sin anuncio alguno, sin preámbulo y de la nada escuché un disparo. Y después otro, y otro, y otro. Y el paraíso de girasoles se tornó en un infierno. Uno a uno fuimos cayendo, incapaces de reaccionar. Las balas, en su recorrido, recortaban los pétalos de las flores, para después alojarse dolorosamente en nosotros, vertiendo sangre y carne por los aires. Así, todo a nuestro alrededor se llenó de destellos amarillos y rojos. Bailábamos, al compás del miedo y de los proyectiles, en medio de un carnaval de pétalos y sangre, que flotaban en el aire que respirábamos. Un triste desfile, con doliente confeti, muy diferente al que esperábamos cuando la guerra concluyera. Yo fui uno de los primeros en caer. Primero, sentí un gran dolor en mi brazo izquierdo. Cuando bajé la vista para ver qué me había lastimado así, sólo encontré un bulto ensangrentado. Después, otro disparo me dio en el vientre. Me llevé mi única mano y sentí cómo un líquido caliente, viscoso, la envolvía. Caí primero de rodillas, y los girasoles que minutos antes me habían seducido, quedaron a la altura de mis ojos. Y, como ellos, volteé instintivamente hacia el sol. A pesar de todo, de todo el dolor, de cierta manera era feliz. No tuve fuerzas para sostenerme y me derrumbé, completamente. Sentí el lodo en mi rostro, y pude oler el rocío. Sentía mi corazón latir. Frente a mí vi un brazo, y reconocí en él el reloj que mi padre me había regalado el día de mi graduación. Cuando morí, marcaba las 6 de la mañana y 12 minutos.

París bien vale una paliza

En este año ya se denunciaron más de tres mil casos de violencia familiar en Yucatán. Entre ellos no se encuentra la paliza que recibió en días pasadas la esposa de un secretario estatal.
El maltrato, según la procuradora de la Defensa del Menor y la Familia, Celia Rivas Rodríguez, se percibe tanto en zonas urbanas como rurales, al indicar en entrevista reciente que este fenómeno social no es exclusivo de algún nivel económico o cultural. El sonado caso del funcionario es la confirmación.
La mujer no denunció judicialmente el hecho, en el que hubo empujones, golpes, mordiscos e, incluso, un triste amago de homicidio. Según las declaraciones de la agredida, para defenderse, lo golpeó con uno de sus zapatos, mientras sus dos hijos menores eran testigos del pleito. Él logró quitarle el teléfono, pero ella hizo lo mismo y corrió a la piscina, donde amenazó con tirar el aparato.
Según contó, el secretario estatal corrió hacia ella, la tiró al piso bocabajo. Entonces le sujetó el cuello e intentó ahorcarla. Para liberarse, la mujer mordió la muñeca derecha de su esposo.
Ella lo perdonó. Dejó las cosas como estaban. Él dijo, en su derecho a réplica, que “respeta mucho a la madre de sus hijos”.
Las cosas no se quedaron ahí. Él es figura pública, y como tal, sus acciones trascendieron. A pesar de no estar sujeto a proceso judicial, sí está bajo la lupa de la sociedad, y muchas voces de la misma critican su reciente viaje a Francia para promover una regata internacional.
La gobernadora ha demostrado que es una mujer sensible. En gran número de actos se le ha quebrado la voz y ha llorado. También ha lanzado discursos combativos defendiendo diversas causas. Una de esas causas son precisamente los derechos de la mujer.
En la pasada campaña electoral, con una playera que decía “Soy una gobernadora angelical”, arremetió contra el machismo, en general, y los supuestos ataques que recibía la entonces candidata a diputada federal Angélica Araujo.
Hay mucho trecho entre el dicho y el hecho. La apasionada promotora de telenovelas debe conocer muy bien el prototipo de las mujeres en esas ficciones. Pasivas, sufridas e incapaces de alzar la voz. Como la esposa del funcionario.
Tal vez, sentado en una mesa del “Café de la Paz”, en París, el funcionario está orgulloso de tener una jefa así, que denuncia y critica ferozmente arranques machistas en discursos pero que los tolera y solapa en la práctica. Tal vez, caminando por los Campos Elíseos, se arrepiente de los hechos y realmente está apenado por su conducta brutal. Tal vez. Sólo tal vez.
A su regreso, a muchos les gustaría que la gobernadora, en su tendencia políglota –recordemos el “Maidison Escuare Garten” de su informe ciudadano- diga: Au revoir, monsieur ministre.

La deuda, una telenovela

Creen que es un negocio redondo, pero no lo es. Funcionarios del gobierno del Estado quieren adquirir una deuda de $1,870 millones, a pagar en un cuarto de siglo.
En 2034, usted y yo, contribuyentes, habremos pagado esa cantidad, varias veces. Es, como suele decirse, un negocio de Peto... o de Dzemul.
Ya muchos se expresaron en contra, esgrimiendo válidos, comprobados argumentos. Pero, aún así, el deseo gubernamental por endeudarse -endeudarnos- está intacto.
Ante esa actitud, recurramos a una fábula moderna, y narrémosla con técnicas propias de las telenovelas, tan bien recibidas en esta administración. Titulémosla "La deuda".
Los protagonistas se llaman Alejandro, como William Levy en "Sortilegio", y Aracely, pero no por Ivonne Aracely, sino por la actriz de apellido Arámbula.
Esta pareja vive un tórrido amorío, que culmina en el altar. Él es un joven rico, que tiene que renunciar a su inmensa fortuna por casarse.
Al principio, las carencias no importan, ya que el amor lo suple todo. Sin embargo, con el paso de los meses, Alejandro comienza a extrañar lujos de su antigua vida.
Un día, va a un "spa" y se somete a un tratamiento de belleza integral. Alejandro, como la mayoría de los galanes de la televisión, Peña Nieto incluido, es metrosexual.
En ese desliz, Alejandro se gastó la mitad de su quincena. Al tener que elegir entre el amor y el dinero, el protagonista tuvo que comenzar de cero, y trabajar en un taller mecánico.
Con la piel humectada por caras cremas y con el pecho depilado, Alejandro se da cuenta de su error, y se apena. Es un hombre sensible, así que llora durante varias horas.
Después de meditarlo, decide ocultarle el vanidoso derroche a Aracely, quien tiene que trabajar doble turno para completar el gasto familiar. Para que ella no se entere, él va al Monte de Piedad y pignora unos aretes.
El tiempo pasa, y él, con la ayuda de amigos y de un grupo de apoyo, logra poner un freno a sus instintos. Todo vuelve a ser felicidad, hasta que un día, el aniversario de la muerte de la madre de Aracely, ella busca los aretes que le dio antes de fallecer. Al no encontrarlos, comienza a buscar desesperada en todos los cajones de la casa. En el fondo de uno halla el recibo del Montepío, ya vencido.
Aracely decide abandonar a Alejandro, quien, como ya dijimos, es un hombre sensible, así que llora durante varias horas.
Que conste. La moraleja de esta historia no es una crítica a los hombres que cuidan su aspecto.